GRANDES
DESCUBRIMIENTOS HUMANOS
INTRODUCCIÖN
DESCUBRIR SIGNIFICA PONER DE MANIFIESTO ALGO QUE ESTABA OCULTO A
NUESTRA VISTA O A NUESTRA INTELIGENCIA. Etimológicamente el
verbo descubrir en español procede del latino COOPERĪRE, que significa ocultar
o tapar algo con otra cosa. Descubrir, por tanto, es la acción contraria
de tapar u ocultar. Por ejemplo, quitar la tapa o lo que cubre una cosa de
manera que se vea lo que hay dentro o debajo. Así se dice que descubrimos o destapamos
los muebles, o el regalo que nos han entregado envuelto en una caja. Encontramos así el regalo que estaba oculto
en un envoltorio, poniéndolo de manifiesto para admirarlo y dar las gracias al
que nos obsequió con el sorpresivo y lindo regalo.
Descubrir, insisto, equivale a desvelar lo que
estaba oculto. Por ejemplo, hallar la fórmula científica de un nuevo producto o
encontrar una cosa nueva al modo como Fleming descubrió la penicilina. Se pone
una placa en la puerta de la casa donde nació o vivió una persona. La placa
está cubierta para ser descubierta al público durante la celebración del acto
de inauguración. Siempre que destapamos algo que estaba cubierto o nos era
desconocido se produce algún tipo de descubrimiento, desde quitarnos el
sombrero hasta el descubrimiento del genoma humano.
Entre
los más importantes descubrimiento cabe destacar el venir en conocimiento de
una cosa por primera vez. En este sentido, por ejemplo, se habla del
descubrimiento de América por parte de los europeos capitaneados por Cristóbal
Colón en el año 1492. Otra matización importante es que lo descubierto es
siempre algo que existe sin depender de que nosotros lo conozcamos o lo
ignoremos. Los genes humanos, por ejemplo, existían desde el primer instante en
que fue creado el ser humano de la nada pero fueron descubiertos en la segunda
mitad del siglo XX. Por otra parte, los descubrimientos son asociados de modo
especial a los inventos. En este sentido me parece oportuno recordar algunos de
los grandes inventos o descubrimientos más conocidos hoy día por razón de su
influjo en el desarrollo de las ciencias y del progreso de la humanidad.
Después
del fuego y la rueda cabe destacar la invención o descubrimiento de la imprenta
por Johannes Gutenberg (1398 – 1468) La imprenta fue un invento que podemos
calificar de mega-invento por la repercusión que tuvo en la comunicación social
y el desarrollo en todas las áreas fundamentales de las artes, la ciencia, la
filosofía, la teología y la medicina. Pienso también en el descubrimiento de la
electricidad por Benjamín Franklin en 1752 poniendo de manifiesto que la naturaleza
eléctrica de los rayos, guiado por la teoría de que la electricidad es un
fluido que existe en la materia y su flujo se debe al exceso o defecto del
mismo en ella. Como ejemplo práctico de la validez de su teoría inventó el pararrayos. El invento de la imprenta fue,
sin duda, un acontecimiento revolucionario desde el punto de vista de la
comunicación humana, desarrollo de las ciencias y de la cultura, pero el
descubrimiento o invención de la electricidad marcó un paso gigante en el
desarrollo de las comunicaciones, de las ciencias y de la tecnología moderna
avanzada. ¿Qué pasaría hoy día si se cortara la energía eléctrica en todo el
mundo? Y llegamos por este camino al teléfono, el cine, la radio, la televisión
e Internet. Pero ¿a dónde podríamos ir hoy día sin los automóviles, los trenes,
los aviones y la informática en todas sus modalidades tecnológicas, hasta culminar
en la Red de redes o INTERNET? Con la electricidad y la informática ha tenido
lugar otro descubrimiento fabuloso cual es el descubrimiento y descifrado del
genoma humano.
Este
proceso de descubrimientos e invenciones nos lleva a pensar en la grandeza de
la inteligencia con la que Dios dotó ontológicamente a los seres humanos. Sin
embargo, no es mi propósito hablar aquí de estos descubrimientos sino de cuatro
macro-descubrimientos que yo mismo he llevado a cabo a lo largo de mi vida.
1. DESCUBRIMIENTO
DE LA TRASCENDENCIA
El término trascendencia tiene muchos
significados, desde algo muy importante y que nos desborda por sus
consecuencias hasta algo irrelevante y carente de importancia. Un tumor maligno
con metástasis, por ejemplo, es de gran trascendencia para la salud mientras
que una simple acumulación sebácea tiene escasa importancia médicamente
hablando por lo que resulta intrascendente si se la ataja a tiempo antes de que
se convierta en un foco activo de infección.
En un sentido muy elemental el término
trascendencia se refiere a una metáfora espacial. Trascender es un vocablo
derivado del latín trans, más allá, y
scando, escalar, y significa
metafóricamente pasar de un ámbito a otro, atravesando el límite que los
separa. Así, por ejemplo, los satélites espaciales trascienden los límites de
la biosfera y se introducen en el ámbito de la estratosfera. Trascender
equivale a romper límites y barreras en cualquier orden de la realidad.
Desde el punto de vista filosófico el
concepto de trascendencia incluye la idea de superación o superioridad. Así, en
la tradición filosófica occidental la trascendencia supone la existencia de un
«más allá» del punto de referencia. Trascender significa la acción de
«sobresalir», de pasar de «dentro» a «fuera» de un determinado ámbito,
superando su limitación o clausura. S. Agustín dijo de los filósofos platónicos
que «trascendieron todos los cuerpos buscando a Dios».
Trascendencia se opone a inmanencia. Lo
trascendente es aquello que se encuentra «por encima» de lo puramente inmanente
y, por lo mismo, la inmanencia es la propiedad por la que una determinada
realidad permanece como cerrada en sí misma, agotándose en ella su ser y su
actuar. La trascendencia supone, por tanto, la inmanencia como uno de sus
momentos, al cual se añade la superación que el trascender representa. Lo
inmanente se refiere entonces a este mundo en que vivimos y lo que vivimos en
la experiencia. Así las cosas, lo trascendente nos remite directamente a la
cuestión sobre si hay algo más fuera del mundo que conocemos y desde esta
perspectiva surge inmediatamente la cuestión sobre la existencia de Dios por
encima del cosmos y de la vida personal e histórica de los seres humanos. ¿Existe
más allá de este mundo algo o alguien superior, distinto y comprometido con la
vida de los hombres y la evolución dinámica del cosmos?
Algunos sostienen que científicamente
hablando la respuesta afirmativa es inaceptable mientras que otros se
pronuncian abiertamente por la respuesta afirmativa siempre y cuando se manejen
correctamente los datos que ofrecen las ciencias de la vida. Yo no voy a entrar
aquí a discutir opiniones de nadie sobre la existencia de Dios. Lo he hecho ya
en muchas ocasiones y remito al lector interesado a mis escritos sobre el tema.
Lo que pretendo aquí y ahora es decir cómo surgió en mí esta cuestión como algo
de capital importancia para encontrar el sentido de mi vida. Desde que tuve uso
de razón me pareció que encontrar la respuesta acertada a esta pregunta era
algo trascendental para mí y la respuesta afirmativa a este interrogante
equivalió al descubrimiento de la Trascendencia personificada en Dios.
Primero
descubrí que tiene que haber Algo más allá de este mundo en que vivimos. Luego
descubrí que ese Algo es también ALGO PERSONAL absolutamente importante y
superior a cualquiera otra realidad conocida o por conocer. Con el paso del
tiempo y a la luz de la experiencia personal y profesional he llegado a la
conclusión de que cuanto antes se haga este descubrimiento, mejor. Pienso
también que la adolescencia es la edad ideal para afrontar este problema de
forma imparcial y realista. Por eso me parece que los sistemas educativos que
tratan de silenciar las cuestiones sobre Dios hacen mucho mal. Igualmente hacen
mucho mal los que practican el fanatismo religioso. Tanto el fanatismo político
excluyente de la búsqueda de la verdad sobre Dios, como el religioso que trata
de inculcar las convicciones religiosas de forma violenta e irrespetuosa, son
cosa mala que hay que tratar de evitar por todos los medios. La cuestión
neurálgica de la Trascendencia está directamente ligada a la cuestión sobre la
existencia de Dios y no podemos perder el tiempo mirando para otro lado y menos
aún persiguiendo política o religiosamente a quienes buscan libre y
públicamente una respuesta acertada y digna de la condición humana.
2. DESCUBRIMIENTO DE UNA NUEVA
DIMENSIÓN DE LA EXISTENCIA
HUMANA
En estrecha relación con la cuestión de
la Trascendencia surge lógicamente la cuestión sobre el “más allá” de esta vida
después de la muerte. ¿Termina todo en el féretro y las condolencias de
familiares y amigos? Aparentemente sí. Pero las apariencias engañan también
tratándose de la muerte. Es obvio que el
cadáver ni oye, ni ve ni entiende. No se entera, por tanto, ni de los elogios
apologéticos de sus admiradores en vida ni de los desprecios de sus enemigos. No
se entera de nada. Por lo mismo, al muerto
le da igual que lloremos por motivos de
amor ante su tumba o que le denostemos por odio y maldigamos su memoria. ¿Hay
cosa más clara y evidente que esto que termino de decir? Y sin embargo, la
pelota sigue en el tejado y es posible recuperarla. ¿Cómo y de qué manera? Este
es el descubrimiento.
Hasta la irrupción de Cristo en la
historia la incógnita del “más allá” no había sido despejada. Es el hecho
insólito y desconcertante de su resurrección de entre los muertos lo que
despejó esa incógnita de forma satisfactoria y feliz. Pero, ojo al parche. La
resurrección de Cristo no fue una reencarnación ni un mero revivir para volver
a morir y asunto terminado. Es verdad que no faltan en el Antiguo Testamento
alusiones a casos de resurrección y en el Segundo libro de los Macabeos se
habla explícitamente de la fe en la resurrección. Pero en todos estos casos se
trata de la esperanza en una vuelta a la vida en este mundo y ahí se acaba todo.
Por el contrario, la resurrección de
Cristo tuvo unas características insólitas y totalmente imprevistas. En primer
lugar, vuelve a la vida pero para no morir más. En segundo lugar, la vida de
Cristo resucitado es una forma de vida nueva vencedora de la muerte y liberada
de las categorías del tiempo, del espacio y de las leyes de la naturaleza
cósmica. Los relatos evangélicos sobre la resurrección de Cristo son
contundentes y felizmente desconcertantes. Tanto que el impacto que produjo en
quienes le vieron resucitado cambió por completo el rumbo de sus vidas al darse
cuenta de que más allá de la muerte terrenal la vida humana empalma con una
nueva dimensión de nuestra existencia.
A la luz del magno acontecimiento de la
resurrección de Cristo la incógnita sobre nuestro futuro allende la muerte
quedó total y felizmente despejada. Un ejemplo de nuestra vida real puede
ayudar a entender lo que termino de decir. Cuando una persona muere la primera
y pertinaz impresión que tenemos es que la vida del difunto ha terminado para
siempre como un vehículo estrellado en un callejón sin salida. Pues bien,
contra ese hecho contrasta la resurrección de Cristo garantizando la
continuidad de la vida transformada en otra especie de vida con características
diferentes a las de la vida que fenece con la muerte. El hecho de que a primera
vista tengamos la impresión de que no queda nada vivo no es suficiente razón
para darlo todo por perdido. Esta primera impresión es comparable a lo que
ocurre cuando contemplamos el despegue de un avión. Le vemos despegar y
alejarse hasta que se pierde entre las nubes y nosotros lo perdemos de vista.
Pues bien, no sería razonable pensar que el avión y los viajeros que van dentro
de la nave aérea dejan de existir por el mero hecho de que nosotros ya no
podemos verlos. Siguen existiendo en el aire, o sea, viajando en otra dimensión
distinta del espacio cósmico. De modo análogo podemos decir que, por más que el
muerto no dé señales de vida o que nosotros no podamos percibirlas, ello no
significa necesariamente que todo está perdido. El hecho inconcuso de la
resurrección de Cristo fue una demostración práctica de que, a pesar de la
muerte terrenal, la vida sigue en otra dimensión de la existencia con
características propias y misteriosas para nosotros, pero reales. Para mí la
resurrección de Cristo de entre los muertos fue un descubrimiento feliz que
ilumina mi precario y afanoso caminar por este mundo con la esperanza de
incorporarme a esa nueva dimensión de la existencia allende la muerte donde
terminará el temor a morir y se inaugurará un reino perpetuo de paz y felicidad
por los siglos de los siglos.
3. DESCUBRIMIENTO DEL PERDÓN A LOS
ENEMIGOS
Otro descubrimiento histórico
trascendental se refiere al perdón a los enemigos como plenitud del amor. De
este tema me he ocupado también con frecuencia pero quisiera añadir algunas
reflexiones prácticas consoladoras. El perdón a los enemigos es una novedad
cristiana por antonomasia. Es verdad que antes y fuera del cristianismo castizo
se habló y sigue hablando de perdón. Pero se trata sólo de una actitud
estratégica civilizada que se queda a medio
camino del perdón recomendado por Cristo sin exclusiones ni
limitaciones. Pedir disculpas es un signo de madurez humana y de civismo pero
el perdón a quienes nos han hecho algún mal va mucho más lejos. La gente
encuentra una dificultad muy grande para perdonar a los enemigos sobre todo
cuando el mal que nos han hecho lleva consigo mucho dolor. En estos casos
pueden oírse expresiones como estas: “Olvido pero no perdono”. O bien: “Perdono
pero no olvido”.
En el primer caso está claro que no hay
perdón. En el segundo el perdón tiene cabida pero no del todo a causa de la
persistencia del dolor infligido. En ambos casos cabe la posibilidad de que el
instinto de venganza se camufle en tópicos y costumbres de compromiso social que
se ve reflejado en leyes y costumbres tradicionalmente admitidas. Por ejemplo,
en el recurso a la pena de muerte o el resentimiento expresado en expresiones
como “a la vuelta te espero” o “el que
la hace la paga” o “esto tiene un precio”. Para entendernos conviene recordar
lo siguiente.
El perdón a todos los que nos han hecho
algún mal lleva consigo no devolver mal por mal y la erradicación de los
sentimientos de rencor y odio al malhechor. Lo cual es totalmente compatible
con el ejercicio de la justicia. Perdonar no significa convalidar o avalar la
injusticia cometida por el malhechor. La justicia debe seguir su curso pero
reprimiendo el pecado salvando al pecador. El que un asesino, por ejemplo, sea
perdonado no significa que quede dispensado de perder su libertad para seguir
matando cuando se le presente la ocasión. El malhechor ha de ser reprimido por
la justicia en la medida en que representa un peligro para los demás. Pero sin
guardar odio ni rencor contra su persona. Un caso concreto de reciente
actualidad mundial.
El Papa Juan Pablo II perdonó a su
agresor la acción cometida contra él pero no impidió que la justicia reprimiera
su libertad para evitar que su intento de asesinato quedara impune o
convalidado como si nada hubiera ocurrido. Es un caso ejemplar reflejado en la metáfora bíblica del beso de la
justicia y la paz. La pregunta que surge espontáneamente ante hechos como este
y otros similares bien conocidos en relación con los profesionales del terror es
la siguiente. ¿Cómo es posible, por ejemplo, que un hijo perdone al terrorista
que asesinó a su padre?
Al llegar a este momento de nuestro
discurso quisiera recordar dos hechos contundentes. En primer lugar hemos de
reconocer que el hombre abandonado a sus propias fuerzas es incapaz de perdonar
a sus enemigos. Buscará estrategias defensivas contra él pero eso no significa
perdonar realmente. Hay enemigos con los que se puede negociar y la gente
normal piensa que se debe aprovechar la ocasión para desarmarlos sin arriesgar
la propia vida. Aquello de que “el miedo guarda la viña” es aplicable también al
perdón de los enemigos. Bajo el impacto del miedo con frecuencia muchos piensan que resulta más rentable dar la
impresión de que se los perdona que perdonarlos realmente. Las cosas pueden ir
incluso más lejos hasta ser víctimas del síndrome de Estocolmo cuando éstas se
convencen de que lo correcto y justo es pasarse sumisamente al bando del
agresor. Cuando esto ocurre la víctima queda presa de su malhechor y
sicológicamente desarmada para reaccionar en su propia defensa frente al mismo.
A pesar de todo lo que termino de decir, el perdón real al enemigo sigue siendo
posible y deseable. El hombre abandonado a sus propias fuerzas, insisto, es
incapaz de perdonar realmente a los enemigos y malhechores. Pero hay dos hechos
que demuestran que tal proeza es una realidad verificable y no sólo una
posibilidad hipotética. Recordemos estos dos hechos demostrativos.
En primer lugar está la forma en que
Jesucristo trató a sus verdugos desde la cruz. Cristo pudo bajarse de ella y
abatir sin dificultad a los que le crucificaron pero no lo hizo. Pudo desde
ella insultarlos y pedir venganza contra ellos pero no lo hizo. Al contrario, recicló
teológicamente toda nuestra basura humana transformando su muerte en amor a los
seres humanos. Abandonado a sus fuerzas humanas se preguntó si aquel trago de
tormento no podía ser evitado. Pero comprendió que ello hubiera significado
comportarse como un falsificador de su personalidad mesiánica, que era lo que
esperaban de Él las autoridades judías de turno que decretaron su condena a
muerte.
Pues bien, este torrente de perdón sin
pedir para sus enemigos el mismo mal que le infligían a Él y sin sentimientos
de odio y venganza fue posible sólo porque Dios estaba con Él. Lo cual
significa que el perdón que Cristo practicó con sus enemigos y nos recomendó
que practiquemos nosotros sólo es posible llevarlo a cabo con la ayuda de Dios.
La respuesta que Cristo recibió a esta forma extrema de amar fue su
resurrección gloriosa triunfando del mal de todos los males que es la muerte. Por lo mismo, si nosotros con la ayuda de
Dios amamos a todos los seres humanos sin exclusión como Él lo hizo, también
resucitaremos con Él. Y aquí encaja el ejemplo práctico de los verdaderos mártires
cristianos y de las víctimas del terrorismo. Los mártires cristianos mueren
perdonando a sus verdugos y las víctimas del terrorismo que perdonan de verdad piden
justicia sin sentimientos de venganza. Con dolor sí, como Cristo, pero sin
venganza ni enconado rencor. Confieso que para mí la constatación de este hecho
del perdón a los enemigos ha sido un descubrimiento muy consolador porque es
una prueba irrefutable de que Dios está con nosotros guiando nuestros pasos por
el camino de la verdad y la vida.
4. DESCUBRIMIENTO DEL AMOR PERSONAL
Por último, me es grato decir dos
palabras sobre mi experiencia en relación con el amor personal, que es el que
ha de prevalecer sobre otras formas de amor culturalmente impuestas y que reportan
más sufrimiento y frustración que felicidad. En mi libro titulado La aventura del amor y cuyo texto en dos
partes puede leerse en mi blog, analicé el fenómeno del amor y llegué a la
conclusión de que el amor realmente humano, del que tanto necesitamos, tiene
que ser personal.
En esta ocasión me limito a decir que
esta conclusión fue para mí un descubrimiento que tuvo lugar al cabo de muchos
años de investigación y experiencia, tanto mía personal como profesional. El
momento más fuerte tuvo lugar en la década de los años sesenta del siglo XX
cuando surgió el fenómeno social de la denominada “revolución sexual”. Nunca
antes había yo pensado que hablar de amor era lo mismo que hablar de sexo. Pero
la presión social a favor de esta opción durante aquellos años revolucionarios
me llevó a estudiar cada vez más a fondo el problema y sólo en mis años maduros
llegué a formarme una idea completa y clara sobre este espinoso problema y que
he dejado plasmada en el libro antes mencionado. El amor humano es una aventura
muy arriesgada que tenemos que afrontar. Dada su importancia yo me arriesgué
sin miedo a afrontarla y terminé haciendo el feliz encuentro con la verdad en
materia tan delicada.
Este feliz descubrimiento consistió en
la constatación de que hay que superar la dinámica del sexo y del enamoramiento
en todas sus manifestaciones hasta llegar al amor personal tal como queda descrito en mi libro. La segunda parte
de este proceso de investigación consistió en el descubrimiento de que ese amor
personal es el que Cristo practicó con nosotros y nos pidió que practicáramos
con todos los seres humanos, incluidos los enemigos. La tercera parte del mismo
descubrimiento se refiere al amor de amistad, tan buscado y difícil de
encontrar. Ningún tipo de amistad es plenamente verdadero si no es una aplicación
práctica del amor personal. El amor personal es la clave propia para solfear correctamente
cualquier partitura de amor por difícil que nos parezca su interpretación.
NICETO BLÁZQUEZ, O.P. (Madrid y diciembre del 2013).
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