jueves, 26 de diciembre de 2013

NICETO BLÁZQUEZ, O.P.


GRANDES DESCUBRIMIENTOS


GRANDES DESCUBRIMIENTOS HUMANOS

INTRODUCCIÖN

 DESCUBRIR SIGNIFICA PONER DE MANIFIESTO ALGO QUE ESTABA OCULTO A NUESTRA VISTA O A NUESTRA INTELIGENCIA. Etimológicamente el verbo descubrir en español procede del latino COOPERĪRE, que significa ocultar o tapar algo con otra cosa. Descubrir, por tanto, es la acción contraria de tapar u ocultar. Por ejemplo, quitar la tapa o lo que cubre una cosa de manera que se vea lo que hay dentro o debajo. Así se dice que descubrimos o destapamos los muebles, o el regalo que nos han entregado envuelto en una caja.  Encontramos así el regalo que estaba oculto en un envoltorio, poniéndolo de manifiesto para admirarlo y dar las gracias al que nos obsequió con el sorpresivo y lindo regalo.

          Descubrir, insisto, equivale a desvelar lo que estaba oculto. Por ejemplo, hallar la fórmula científica de un nuevo producto o encontrar una cosa nueva al modo como Fleming descubrió la penicilina. Se pone una placa en la puerta de la casa donde nació o vivió una persona. La placa está cubierta para ser descubierta al público durante la celebración del acto de inauguración. Siempre que destapamos algo que estaba cubierto o nos era desconocido se produce algún tipo de descubrimiento, desde quitarnos el sombrero hasta el descubrimiento del genoma humano.

         Entre los más importantes descubrimiento cabe destacar el venir en conocimiento de una cosa por primera vez. En este sentido, por ejemplo, se habla del descubrimiento de América por parte de los europeos capitaneados por Cristóbal Colón en el año 1492. Otra matización importante es que lo descubierto es siempre algo que existe sin depender de que nosotros lo conozcamos o lo ignoremos. Los genes humanos, por ejemplo, existían desde el primer instante en que fue creado el ser humano de la nada pero fueron descubiertos en la segunda mitad del siglo XX. Por otra parte, los descubrimientos son asociados de modo especial a los inventos. En este sentido me parece oportuno recordar algunos de los grandes inventos o descubrimientos más conocidos hoy día por razón de su influjo en el desarrollo de las ciencias y del progreso de la humanidad.

         Después del fuego y la rueda cabe destacar la invención o descubrimiento de la imprenta por Johannes Gutenberg (1398 – 1468) La imprenta fue un invento que podemos calificar de mega-invento por la repercusión que tuvo en la comunicación social y el desarrollo en todas las áreas fundamentales de las artes, la ciencia, la filosofía, la teología y la medicina. Pienso también en el descubrimiento de la electricidad por Benjamín Franklin en 1752 poniendo de manifiesto que la naturaleza eléctrica de los rayos, guiado por la teoría de que la electricidad es un fluido que existe en la materia y su flujo se debe al exceso o defecto del mismo en ella. Como ejemplo práctico de la validez de su teoría inventó el  pararrayos. El invento de la imprenta fue, sin duda, un acontecimiento revolucionario desde el punto de vista de la comunicación humana, desarrollo de las ciencias y de la cultura, pero el descubrimiento o invención de la electricidad marcó un paso gigante en el desarrollo de las comunicaciones, de las ciencias y de la tecnología moderna avanzada. ¿Qué pasaría hoy día si se cortara la energía eléctrica en todo el mundo? Y llegamos por este camino al teléfono, el cine, la radio, la televisión e Internet. Pero ¿a dónde podríamos ir hoy día sin los automóviles, los trenes, los aviones y la informática en todas sus modalidades tecnológicas, hasta culminar en la Red de redes o INTERNET? Con la electricidad y la informática ha tenido lugar otro descubrimiento fabuloso cual es el descubrimiento y descifrado del genoma humano.

         Este proceso de descubrimientos e invenciones nos lleva a pensar en la grandeza de la inteligencia con la que Dios dotó ontológicamente a los seres humanos. Sin embargo, no es mi propósito hablar aquí de estos descubrimientos sino de cuatro macro-descubrimientos que yo mismo he llevado a cabo a lo largo de mi vida.

         1. DESCUBRIMIENTO DE LA TRASCENDENCIA

         El término trascendencia tiene muchos significados, desde algo muy importante y que nos desborda por sus consecuencias hasta algo irrelevante y carente de importancia. Un tumor maligno con metástasis, por ejemplo, es de gran trascendencia para la salud mientras que una simple acumulación sebácea tiene escasa importancia médicamente hablando por lo que resulta intrascendente si se la ataja a tiempo antes de que se convierta en un foco activo de infección.

         En un sentido muy elemental el término trascendencia se refiere a una metáfora espacial. Trascender es un vocablo derivado del latín trans, más allá, y scando, escalar, y significa metafóricamente pasar de un ámbito a otro, atravesando el límite que los separa. Así, por ejemplo, los satélites espaciales trascienden los límites de la biosfera y se introducen en el ámbito de la estratosfera. Trascender equivale a romper límites y barreras en cualquier orden de la realidad.

         Desde el punto de vista filosófico el concepto de trascendencia incluye la idea de superación o superioridad. Así, en la tradición filosófica occidental la trascendencia supone la existencia de un «más allá» del punto de referencia. Trascender significa la acción de «sobresalir», de pasar de «dentro» a «fuera» de un determinado ámbito, superando su limitación o clausura. S. Agustín dijo de los filósofos platónicos que «trascendieron todos los cuerpos buscando a Dios».

         Trascendencia se opone a inmanencia. Lo trascendente es aquello que se encuentra «por encima» de lo puramente inmanente y, por lo mismo, la inmanencia es la propiedad por la que una determinada realidad permanece como cerrada en sí misma, agotándose en ella su ser y su actuar. La trascendencia supone, por tanto, la inmanencia como uno de sus momentos, al cual se añade la superación que el trascender representa. Lo inmanente se refiere entonces a este mundo en que vivimos y lo que vivimos en la experiencia. Así las cosas, lo trascendente nos remite directamente a la cuestión sobre si hay algo más fuera del mundo que conocemos y desde esta perspectiva surge inmediatamente la cuestión sobre la existencia de Dios por encima del cosmos y de la vida personal e histórica de los seres humanos. ¿Existe más allá de este mundo algo o alguien superior, distinto y comprometido con la vida de los hombres y la evolución dinámica del cosmos?

         Algunos sostienen que científicamente hablando la respuesta afirmativa es inaceptable mientras que otros se pronuncian abiertamente por la respuesta afirmativa siempre y cuando se manejen correctamente los datos que ofrecen las ciencias de la vida. Yo no voy a entrar aquí a discutir opiniones de nadie sobre la existencia de Dios. Lo he hecho ya en muchas ocasiones y remito al lector interesado a mis escritos sobre el tema. Lo que pretendo aquí y ahora es decir cómo surgió en mí esta cuestión como algo de capital importancia para encontrar el sentido de mi vida. Desde que tuve uso de razón me pareció que encontrar la respuesta acertada a esta pregunta era algo trascendental para mí y la respuesta afirmativa a este interrogante equivalió al descubrimiento de la Trascendencia personificada en Dios.

         Primero descubrí que tiene que haber Algo más allá de este mundo en que vivimos. Luego descubrí que ese Algo es también ALGO PERSONAL absolutamente importante y superior a cualquiera otra realidad conocida o por conocer. Con el paso del tiempo y a la luz de la experiencia personal y profesional he llegado a la conclusión de que cuanto antes se haga este descubrimiento, mejor. Pienso también que la adolescencia es la edad ideal para afrontar este problema de forma imparcial y realista. Por eso me parece que los sistemas educativos que tratan de silenciar las cuestiones sobre Dios hacen mucho mal. Igualmente hacen mucho mal los que practican el fanatismo religioso. Tanto el fanatismo político excluyente de la búsqueda de la verdad sobre Dios, como el religioso que trata de inculcar las convicciones religiosas de forma violenta e irrespetuosa, son cosa mala que hay que tratar de evitar por todos los medios. La cuestión neurálgica de la Trascendencia está directamente ligada a la cuestión sobre la existencia de Dios y no podemos perder el tiempo mirando para otro lado y menos aún persiguiendo política o religiosamente a quienes buscan libre y públicamente una respuesta acertada y digna de la condición humana.

         2. DESCUBRIMIENTO DE UNA NUEVA DIMENSIÓN DE LA                            EXISTENCIA HUMANA

         En estrecha relación con la cuestión de la Trascendencia surge lógicamente la cuestión sobre el “más allá” de esta vida después de la muerte. ¿Termina todo en el féretro y las condolencias de familiares y amigos? Aparentemente sí. Pero las apariencias engañan también tratándose de la muerte.  Es obvio que el cadáver ni oye, ni ve ni entiende. No se entera, por tanto, ni de los elogios apologéticos de sus admiradores en vida ni de los desprecios de sus enemigos. No se entera de nada. Por lo mismo, al  muerto le da igual que lloremos  por motivos de amor ante su tumba o que le denostemos por odio y maldigamos su memoria. ¿Hay cosa más clara y evidente que esto que termino de decir? Y sin embargo, la pelota sigue en el tejado y es posible recuperarla. ¿Cómo y de qué manera? Este es el descubrimiento.

         Hasta la irrupción de Cristo en la historia la incógnita del “más allá” no había sido despejada. Es el hecho insólito y desconcertante de su resurrección de entre los muertos lo que despejó esa incógnita de forma satisfactoria y feliz. Pero, ojo al parche. La resurrección de Cristo no fue una reencarnación ni un mero revivir para volver a morir y asunto terminado. Es verdad que no faltan en el Antiguo Testamento alusiones a casos de resurrección y en el Segundo libro de los Macabeos se habla explícitamente de la fe en la resurrección. Pero en todos estos casos se trata de la esperanza en una vuelta a la vida en este mundo y ahí se acaba todo.

         Por el contrario, la resurrección de Cristo tuvo unas características insólitas y totalmente imprevistas. En primer lugar, vuelve a la vida pero para no morir más. En segundo lugar, la vida de Cristo resucitado es una forma de vida nueva vencedora de la muerte y liberada de las categorías del tiempo, del espacio y de las leyes de la naturaleza cósmica. Los relatos evangélicos sobre la resurrección de Cristo son contundentes y felizmente desconcertantes. Tanto que el impacto que produjo en quienes le vieron resucitado cambió por completo el rumbo de sus vidas al darse cuenta de que más allá de la muerte terrenal la vida humana empalma con una nueva dimensión de nuestra existencia.

         A la luz del magno acontecimiento de la resurrección de Cristo la incógnita sobre nuestro futuro allende la muerte quedó total y felizmente despejada. Un ejemplo de nuestra vida real puede ayudar a entender lo que termino de decir. Cuando una persona muere la primera y pertinaz impresión que tenemos es que la vida del difunto ha terminado para siempre como un vehículo estrellado en un callejón sin salida. Pues bien, contra ese hecho contrasta la resurrección de Cristo garantizando la continuidad de la vida transformada en otra especie de vida con características diferentes a las de la vida que fenece con la muerte. El hecho de que a primera vista tengamos la impresión de que no queda nada vivo no es suficiente razón para darlo todo por perdido. Esta primera impresión es comparable a lo que ocurre cuando contemplamos el despegue de un avión. Le vemos despegar y alejarse hasta que se pierde entre las nubes y nosotros lo perdemos de vista. Pues bien, no sería razonable pensar que el avión y los viajeros que van dentro de la nave aérea dejan de existir por el mero hecho de que nosotros ya no podemos verlos. Siguen existiendo en el aire, o sea, viajando en otra dimensión distinta del espacio cósmico. De modo análogo podemos decir que, por más que el muerto no dé señales de vida o que nosotros no podamos percibirlas, ello no significa necesariamente que todo está perdido. El hecho inconcuso de la resurrección de Cristo fue una demostración práctica de que, a pesar de la muerte terrenal, la vida sigue en otra dimensión de la existencia con características propias y misteriosas para nosotros, pero reales. Para mí la resurrección de Cristo de entre los muertos fue un descubrimiento feliz que ilumina mi precario y afanoso caminar por este mundo con la esperanza de incorporarme a esa nueva dimensión de la existencia allende la muerte donde terminará el temor a morir y se inaugurará un reino perpetuo de paz y felicidad por los siglos de los siglos.

         3. DESCUBRIMIENTO DEL PERDÓN A LOS ENEMIGOS

         Otro descubrimiento histórico trascendental se refiere al perdón a los enemigos como plenitud del amor. De este tema me he ocupado también con frecuencia pero quisiera añadir algunas reflexiones prácticas consoladoras. El perdón a los enemigos es una novedad cristiana por antonomasia. Es verdad que antes y fuera del cristianismo castizo se habló y sigue hablando de perdón. Pero se trata sólo de una actitud estratégica civilizada que se queda a medio  camino del perdón recomendado por Cristo sin exclusiones ni limitaciones. Pedir disculpas es un signo de madurez humana y de civismo pero el perdón a quienes nos han hecho algún mal va mucho más lejos. La gente encuentra una dificultad muy grande para perdonar a los enemigos sobre todo cuando el mal que nos han hecho lleva consigo mucho dolor. En estos casos pueden oírse expresiones como estas: “Olvido pero no perdono”. O bien: “Perdono pero no olvido”.

         En el primer caso está claro que no hay perdón. En el segundo el perdón tiene cabida pero no del todo a causa de la persistencia del dolor infligido. En ambos casos cabe la posibilidad de que el instinto de venganza se camufle en tópicos y costumbres de compromiso social que se ve reflejado en leyes y costumbres tradicionalmente admitidas. Por ejemplo, en el recurso a la pena de muerte o el resentimiento expresado en expresiones como  “a la vuelta te espero” o “el que la hace la paga” o “esto tiene un precio”. Para entendernos conviene recordar lo siguiente.

         El perdón a todos los que nos han hecho algún mal lleva consigo no devolver mal por mal y la erradicación de los sentimientos de rencor y odio al malhechor. Lo cual es totalmente compatible con el ejercicio de la justicia. Perdonar no significa convalidar o avalar la injusticia cometida por el malhechor. La justicia debe seguir su curso pero reprimiendo el pecado salvando al pecador. El que un asesino, por ejemplo, sea perdonado no significa que quede dispensado de perder su libertad para seguir matando cuando se le presente la ocasión. El malhechor ha de ser reprimido por la justicia en la medida en que representa un peligro para los demás. Pero sin guardar odio ni rencor contra su persona. Un caso concreto de reciente actualidad mundial.

         El Papa Juan Pablo II perdonó a su agresor la acción cometida contra él pero no impidió que la justicia reprimiera su libertad para evitar que su intento de asesinato quedara impune o convalidado como si nada hubiera ocurrido. Es un caso ejemplar reflejado  en la metáfora bíblica del beso de la justicia y la paz. La pregunta que surge espontáneamente ante hechos como este y otros similares bien conocidos en relación con los profesionales del terror es la siguiente. ¿Cómo es posible, por ejemplo, que un hijo perdone al terrorista que asesinó a su padre?  

         Al llegar a este momento de nuestro discurso quisiera recordar dos hechos contundentes. En primer lugar hemos de reconocer que el hombre abandonado a sus propias fuerzas es incapaz de perdonar a sus enemigos. Buscará estrategias defensivas contra él pero eso no significa perdonar realmente. Hay enemigos con los que se puede negociar y la gente normal piensa que se debe aprovechar la ocasión para desarmarlos sin arriesgar la propia vida. Aquello de que “el miedo guarda la viña” es aplicable también al perdón de los enemigos. Bajo el impacto del miedo con frecuencia muchos  piensan que resulta más rentable dar la impresión de que se los perdona que perdonarlos realmente. Las cosas pueden ir incluso más lejos hasta ser víctimas del síndrome de Estocolmo cuando éstas se convencen de que lo correcto y justo es pasarse sumisamente al bando del agresor. Cuando esto ocurre la víctima queda presa de su malhechor y sicológicamente desarmada para reaccionar en su propia defensa frente al mismo. A pesar de todo lo que termino de decir, el perdón real al enemigo sigue siendo posible y deseable. El hombre abandonado a sus propias fuerzas, insisto, es incapaz de perdonar realmente a los enemigos y malhechores. Pero hay dos hechos que demuestran que tal proeza es una realidad verificable y no sólo una posibilidad hipotética. Recordemos estos dos hechos demostrativos.

         En primer lugar está la forma en que Jesucristo trató a sus verdugos desde la cruz. Cristo pudo bajarse de ella y abatir sin dificultad a los que le crucificaron pero no lo hizo. Pudo desde ella insultarlos y pedir venganza contra ellos pero no lo hizo. Al contrario, recicló teológicamente toda nuestra basura humana transformando su muerte en amor a los seres humanos. Abandonado a sus fuerzas humanas se preguntó si aquel trago de tormento no podía ser evitado. Pero comprendió que ello hubiera significado comportarse como un falsificador de su personalidad mesiánica, que era lo que esperaban de Él las autoridades judías de turno que decretaron su condena a muerte.

         Pues bien, este torrente de perdón sin pedir para sus enemigos el mismo mal que le infligían a Él y sin sentimientos de odio y venganza fue posible sólo porque Dios estaba con Él. Lo cual significa que el perdón que Cristo practicó con sus enemigos y nos recomendó que practiquemos nosotros sólo es posible llevarlo a cabo con la ayuda de Dios. La respuesta que Cristo recibió a esta forma extrema de amar fue su resurrección gloriosa triunfando del mal de todos los males que es la muerte.     Por lo mismo, si nosotros con la ayuda de Dios amamos a todos los seres humanos sin exclusión como Él lo hizo, también resucitaremos con Él. Y aquí encaja el ejemplo práctico de los verdaderos mártires cristianos y de las víctimas del terrorismo. Los mártires cristianos mueren perdonando a sus verdugos y las víctimas del terrorismo que perdonan de verdad piden justicia sin sentimientos de venganza. Con dolor sí, como Cristo, pero sin venganza ni enconado rencor. Confieso que para mí la constatación de este hecho del perdón a los enemigos ha sido un descubrimiento muy consolador porque es una prueba irrefutable de que Dios está con nosotros guiando nuestros pasos por el camino de la verdad y la vida.

         4.  DESCUBRIMIENTO DEL AMOR PERSONAL

         Por último, me es grato decir dos palabras sobre mi experiencia en relación con el amor personal, que es el que ha de prevalecer sobre otras formas de amor culturalmente impuestas y que reportan más sufrimiento y frustración que felicidad. En mi libro titulado La aventura del amor y cuyo texto en dos partes puede leerse en mi blog, analicé el fenómeno del amor y llegué a la conclusión de que el amor realmente humano, del que tanto necesitamos, tiene que ser personal.

         En esta ocasión me limito a decir que esta conclusión fue para mí un descubrimiento que tuvo lugar al cabo de muchos años de investigación y experiencia, tanto mía personal como profesional. El momento más fuerte tuvo lugar en la década de los años sesenta del siglo XX cuando surgió el fenómeno social de la denominada “revolución sexual”. Nunca antes había yo pensado que hablar de amor era lo mismo que hablar de sexo. Pero la presión social a favor de esta opción durante aquellos años revolucionarios me llevó a estudiar cada vez más a fondo el problema y sólo en mis años maduros llegué a formarme una idea completa y clara sobre este espinoso problema y que he dejado plasmada en el libro antes mencionado. El amor humano es una aventura muy arriesgada que tenemos que afrontar. Dada su importancia yo me arriesgué sin miedo a afrontarla y terminé haciendo el feliz encuentro con la verdad en materia tan delicada.

         Este feliz descubrimiento consistió en la constatación de que hay que superar la dinámica del sexo y del enamoramiento en todas sus manifestaciones hasta llegar al amor personal tal como queda descrito en mi libro. La segunda parte de este proceso de investigación consistió en el descubrimiento de que ese amor personal es el que Cristo practicó con nosotros y nos pidió que practicáramos con todos los seres humanos, incluidos los enemigos. La tercera parte del mismo descubrimiento se refiere al amor de amistad, tan buscado y difícil de encontrar. Ningún tipo de amistad es plenamente verdadero si no es una aplicación práctica del amor personal. El amor personal es la clave propia para solfear correctamente cualquier partitura de amor por difícil que nos parezca su interpretación. NICETO BLÁZQUEZ, O.P. (Madrid y diciembre del 2013).